Por estos días se
celebra en Lima una versión más de la simpática idea que promueve la creatividad literaria a través del
cuento y que se denomina “Lucha Libro”.
A imagen y
semejanza de las tradicionales peleas en donde la fuerza muscular y el manejo
de ciertas técnicas, producen ganadores y perdedores, se programan
enfrentamientos entre dos participantes. Estos,
con seudónimo y máscaras muestran sus cualidades y potencia creativa. Se ubican dentro de un cuadrilátero
y frente a un computador y a un expectante
público escriben un cuento en cinco minutos con base en tres palabras
que un jurado ha seleccionado.
Mientras
digitan, el público sigue atentamente su
inspiración a través de un video proyector. El árbitro, con corbatín y micrófono
antiguo les hace el conteo cada minuto. El jurado anota y define el ganador de acuerdo a criterios
literarios. El vencedor conserva su máscara y el perdedor debe de
quitársela siguiendo la costumbre de la
lucha libre. En una noche se programan
en promedio cuatro enfrentamientos.
Esta singular
actividad hace parte de muchísimas más que constantemente se realizan en muchos
rincones del planeta y que tienen como fin que los seres humanos hagan gala de su
gran diferencia dentro de los seres vivos: Su intelecto.
Propuestas como
esta de Lucha Libro, debieran ser una constante en la educación iberoamericana.
Los estudiantes crecerían no solo física sino intelectualmente, si desde
pequeños su vida escolar transcurriera entre actividades lúdicas que los
motivarán a leer y a escribir.
De la
creatividad y actitud de los educadores,
está estimular un proceso intelectual que busque la excelencia. Del
conocimiento con base en la palabra, se desterrarán las prácticas
abusivas, que como en la verdadera lucha
libre, buscan acabar a golpes al
contrario o a lo menos dejarlo marcado para siempre.
Dichoso el maestro
que sabe que sus alumnos alcanzaron
metas en sus vidas.
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